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Meditación - 2022 enero 16

(Lectura de la Biblia en tres años: Ezequiel 40:22–49, 1 Juan 1:5–10)

LA SANGRE DEL NUEVO PACTO

Después tomó la copa y, habiendo dado gracias, les dio y bebieron de ella todos. Y les dijo: —Esto es mi sangre del nuevo pacto que por muchos es derramada.

—Marcos 14:23, Reina Valera 1995

¿Se ha preguntado usted alguna vez cuántas veces al día ha pecado? Hay personas que creen que pecan muy de vez en cuando. En realidad todos pecamos cada día por lo menos una vez. Simplemente no nos damos cuenta de ello pues no hacemos un balance general al final de cada día. Sí sólo pecásemos una vez al día, en un año tendríamos 365 pecados y en 10 años serían 3650. La verdad es que pecamos mucho más que eso. No merecemos el cielo sino el infierno, merecemos padecer toda la ira de Dios por la eternidad allí. Pero Dios quiere darnos el cielo y la felicidad eterna junto a él. Hizo que todo esto sea posible solamente gracias a la sangre del nuevo pacto.

Por causa de nuestro pecado nuestra comunión con Dios está rota. Dios es justo y no tolera el pecado. En consecuencia no podemos estar delante de él. Por esto el Señor, en base a su vida ofrendada en favor de nosotros, instituye la cena del Señor para darles a los comulgantes su verdadero cuerpo y su verdadera sangre para el perdón de los pecados con el pan y el vino. Por causa de nuestro pecado no podíamos tener amistad con Dios. Pero Jesús crea una nueva relación entre Dios y los pecadores por medio de su perfecta vida de obediencia a la Voluntad de Dios y por su sufrimiento y muerte en la cruz.

El perdón ganado por Jesucristo, el Cordero de Dios nos es otorgado incondicional y gratuitamente cada vez que escuchamos el evangelio puro y cuando recibimos el bautismo que, tal como dice la Biblia, es para «perdón de pecados». El consuelo del perdón bautismal nos es renovado cuando participamos en la cena del Señor. En gratitud a la obra salvadora de Cristo, vamos a querer hacer uso diligente de los medios de gracia: el evangelio y los sacramentos

Oración:

Señor, que enviaste a tu unigénito como sustituto nuestro para obedecer perfectamente tu ley moral y para que, en la cruz, él sufra toda tu ira padeciendo el castigo eterno por nuestros pecados, te suplico: Por los méritos de Cristo, aparta tu rostro de mis pecados y borra toda mi maldad. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu. Amén

 

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Meditaciones son presentadas por Producciones Multilingües-WELS y www.academiacristo.com. Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional. Todas las citas bíblicas, a menos que se indique lo contrario, están tomadas de La Santa Biblia, Nueva Versión Internacional®, NVI®. Copyright © 1986, 1999, 2015 por Biblica, Inc.™ Todos los derechos reservados en todo el mundo.

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