
El tercer domingo de la pascua
(Blanco)
Tema del día: Nuestro Señor resucitado apareció a varias personas en diferentes ocasiones para fortalecer su fe, y también para fortalecer la fe nuestra por medio de su testimonio.
La Colecta: Oh todopoderoso y eterno Dios, ya que nos has asegurado del cumplimiento de nuestra salvación mediante la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, concédenos la voluntad para manifestar en nuestras vidas lo que profesamos con nuestros labios; por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
La Primera Lectura: Hechos 9:1-19a La conversión de San Pablo. Nuestro Señor resucitado Jesucristo aparece a Saulo, el gran enemigo y perseguidor de la iglesia. En su gracia, nuestro Señor lo llama a la fe y lo designa como su instrumento escogido para predicar las buenas nuevas de salvación a los gentiles.
1Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, 2y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén. 3Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; 4y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? 5El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. 6El, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer. 7Y los hombres que iban con Saulo se pararon atónitos, oyendo a la verdad la voz, mas sin ver a nadie. 8Entonces Saulo se levantó de tierra, y abriendo los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole por la mano, le metieron en Damasco, 9donde estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió.
10Había entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en visión: Ananías. Y él respondió: Heme aquí, Señor. 11Y el Señor le dijo: Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí, él ora, 12y ha visto en visión a un varón llamado Ananías, que entra y le pone las manos encima para que recobre la vista. 13Entonces Ananías respondió: Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén; 14y aun aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre. 15El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; 16porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre. 17Fue entonces Ananías y entró en la casa, y poniendo sobre él las manos, dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo. 18Y al momento le cayeron de los ojos como escamas, y recibió al instante la vista; y levantándose, fue bautizado. 19Y habiendo tomado alimento, recobró fuerzas.
El Salmo del Día: Salmo 67
Al músico principal; en Neginot. Salmo. Cántico.
1 Dios tenga misericordia de nosotros, y nos bendiga;
Haga resplandecer su rostro sobre nosotros;
Selah
2 Para que sea conocido en la tierra tu camino,
En todas las naciones tu salvación.
3 Te alaben los pueblos, oh Dios;
Todos los pueblos te alaben.
4 Alégrense y gócense las naciones,
Porque juzgarás los pueblos con equidad,
Y pastorearás las naciones en la tierra.
Selah
5 Te alaben los pueblos, oh Dios;
Todos los pueblos te alaben.
6 La tierra dará su fruto;
Nos bendecirá Dios, el Dios nuestro.
7 Bendíganos Dios,
Y témanlo todos los términos de la tierra.
La Segunda Lectura: Apocalipsis 5:11-14 En esta lectura, San Juan nos cuenta de otra visión que tuvo del Cristo glorificado, quien merece toda honra, gloria y alabanza.
11Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era millones de millones, 12que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. 13Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. 14Los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive por los siglos de los siglos.
El Versículo: ¡Aleluya! ¡Aleluya! Cristo, habiendo resucitado de entre los muertos, no volverá a morir; ya la muerte no tiene dominio sobre él. Y se dijeron el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino, cuando nos abría las Escrituras? ¡Aleluya!
El Evangelio: Juan 21:1-14 En su amor, Cristo apareció a sus discípulos una tercera vez y repitió un milagro que había hecho antes en su ministerio, probando a sus discípulos que era el mismo Jesús.
1Después de esto, Jesús se manifestó otra vez a sus discípulos junto al mar de Tiberias; y se manifestó de esta manera: 2Estaban juntos Simón Pedro, Tomás llamado el Dídimo, Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo, y otros dos de sus discípulos. 3Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Ellos le dijeron: Vamos nosotros también contigo. Fueron, y entraron en una barca; y aquella noche no pescaron nada.
4Cuando ya iba amaneciendo, se presentó Jesús en la playa; mas los discípulos no sabían que era Jesús. 5Y les dijo: Hijitos, ¿tenéis algo de comer? Le respondieron: No. 6El les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis. Entonces la echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces. 7Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se ciñó la ropa (porque se había despojado de ella), y se echó al mar. 8Y los otros discípulos vinieron con la barca, arrastrando la red de peces, pues no distaban de tierra sino como doscientos codos.
9Al descender a tierra, vieron brasas puestas, y un pez encima de ellas, y pan. 10Jesús les dijo: Traed de los peces que acabáis de pescar. 11Subió Simón Pedro, y sacó la red a tierra, llena de grandes peces, ciento cincuenta y tres; y aun siendo tantos, la red no se rompió. 12Les dijo Jesús: Venid, comed. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Tú, quién eres? sabiendo que era el Señor. 13Vino, pues, Jesús, y tomó el pan y les dio, y asimismo del pescado. 14Esta era ya la tercera vez que Jesús se manifestaba a sus discípulos, después de haber resucitado de los muertos.
CREYENTES DE LA PASCUA ¡Es el Señor!
Temerosos, con dudas, totalmente desanimados, así vimos los Apóstoles hace ocho días. Iban a ser las columnas de la iglesia de Cristo, pero no pudieron soportar su propio peso. Porque ya no tenían su fundamento. Según ellos habían perdido su Señor, y además de eso, lo habían decepcionado. Cuando estaba pasando el momento más difícil, no hubo ninguno de sus amigos a la vista, hasta que pasó por el patio del sumo sacerdote y vio a Pedro, calentándose por el fuego. Y escuchó Jesús esas palabras que le dolieron como puñal en su espalda, “No conozco el hombre” y la triste melodía que cantaba el gallo.
Esos días, la noche de viernes, todo sábado y domingo hasta que llegaron las mujeres con las noticias, esos discípulos estaban totalmente perdidos. No solo habían perdido a su Señor, sino que también perdieron su identidad. Habían dejado hasta sus trabajos para seguir a Jesús. Estaban con Él tres años preparándose para algo, pero ya sin su Señor se quedaron allí, sin propósito. Y que hacemos muchos de nosotros en momentos así, nos encerramos, no queremos hablar con nadie, nada nos puede sentirnos mejor y tampoco queremos sentirnos mejor. Solo queremos silencio. Pero Jesús rompió ese silencio. “Paz a vosotros” dijo al aparecer entre ellos estando la puerta cerrada. Luego dijo: “Como el Padre me envió a mi yo envió a ustedes.” Les dio el Espíritu Santo y les confirió el ministerio de la ley y del evangelio, la potestad de perdonar a otros los pecados, y predicar Cristo crucificado. Tomás no estuvo ese día, y Jesús aparece nuevamente para que no dude, para que vea las marcas en sus manos y en su costado. Y dijo “¡Mi Señor y mi Dios!” Y Juan estuvo allí y escribió todo para que los que lo leen crean en Jesús como su Señor, el Hijo de Dios y que creyendo tengan vida en su nombre. Y los discípulos creyeron en Jesús. ¡¿Y nosotros que hemos escuchado este mensaje tan hermoso lo creemos?!
Confesamos a Jesús como el salvador de nuestro pecado, nuestro Señor, nuestro Dios. ¿Y ahora qué?
El texto de hoy empieza, “Después de esto…” y nos lleva al mar de Tiberias, también llamado el mar de Galilea. Y vemos a siete de los discípulos, y entre ellos los tres que vivieron situaciones con Jesús que los demás no fueron testigos- Pedro, Jacobo y Juan y, también Tomás quien había dudado. Y decimos, “Ah, que bien que los discípulos han salido del cuarto donde se encerraron, ya no les tienen miedo a los judíos y están creciendo en su fe en Jesús. Pero cuando los vemos en el mar, ¿qué están haciendo? Parece que nada importante. Parece que no tienen ningún propósito, solo seguir sus vidas normales. Y Pedro, siempre el líder impulsivo era el primero para sugerir una idea, “No sé ustedes, pero yo voy a pescar.” Podemos entender eso, cierto. Cuando no sabemos que hacer volvemos a algo que conocemos. Entonces Pedro volvió a lo que conoció, pescar. Y los otros discípulos decían, “Ah, vamos también.” Hasta algunos que no eran pescadores decían, “Pues, no tenemos nada mejor que hacer.”
Entonces suben a una barca en el mar de Galilea. La noche fue pasando y no vieron ningún pez. Imagino que los discípulos decían, “Hermano ya estamos muy fuera de practica ya hace tres años que no pescamos.” Pero cada hora sobre el mar los llevó a recordar lo que había pasado en ese mar. Recordaban como por la orilla de ese mar Jesús partió cinco panes y dos pescados para alimentar a más que cinco mil personas. Pedro, Jacobo y Juan recordaron una noche muy parecida a esa, en que no pescaron nada, pero como necesitaron las dos barcas para llevar a la orilla esa pesca milagrosa que hizo Jesús.
Después de una noche como esa, larga y difícil, volvieron del mar y en la playa apareció un hombre que no reconocían que los saludó. “Hijitos. ¿Tienen algo que comer?” Cuando respondieron no dijo, “Echen la red al otro lado” lo hicieron y resultó otra pesca como la primera. Esta vez Juan nos cuenta que hubo ciento cincuenta y tres pescados grandes. Y podemos sentir la emoción en ese momento, cuando Juan se dio cuenta de quien era ese hombre en la playa. Exclamó a los otros unas palabras que van a servir como el tema de este mensaje, “¡ES EL SEÑOR!
Espero que recibamos esta noticia y revelación de Jesús con tanto gozo como Juan y Pedro, porque Jesús es el Señor. El Señor busca, el Señor provee, y el Señor llama.
Buscó a Pedro y cuando lo encontró, Pedro lo reconoció y tuvo tanto gozo que se lanzó de la barca para verlo cara a cara lo más pronto posible. Cuando Jesús busca a sus discípulos se revela nuevamente como su Señor, y quita toda duda. La última vez que Pedro salió de la barca antes de aterrizarla caminó con Jesús sobre el agua por un momento, pero al ver las olas empezó a caer. Esta vez ciño su ropa rápidamente y se fue para estar con su Señor de una vez, para estar reunido con su Señor, quien lo buscó. Jesús buscó a Pedro específicamente y a todos siete de los discípulos allí. Jesús busca a nosotros también. Primero, nos buscó cuando estuvimos perdidos en pecado. “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” Los discípulos sabían eso y nosotros también. Pero aun sabiendo eso los discípulos seguían su vida como nada hubiera pasado, sin cumplir con el propósito que su Señor resucitado les dio. Somos así también, ¿no? Sabiendo todo lo que Cristo hizo por nosotros, al salir del templo o al terminar la transmisión, ¿siempre cumplimos ese propósito a que nos ha llamado Jesús? ¿O seguimos con nuestra vida y las labores habituales hasta que venga el otro domingo? Así no hacemos caso al tercer mandamiento y el mandato de Dios de predicar la palabra. O seguimos más enfocados en poner comida en la mesa que en sembrar la palabra. Así pecamos contra el primer mandamiento, confiando en nosotros mismos en lugar de Dios. Y en esa manera nuestra vida se ve como cualquier otra persona. Sabiendo todo lo que Dios hizo por nosotros, que nos buscó, nuestra vida debe ser muy diferente. Pero en esos momentos Jesús nos busca nuevamente. Vuelve a nosotros en su palabra, y sigue animándonos a vivir una vida agradecida y con un propósito.
Jesús nos busca y cuando nos encontramos con él, nos damos cuenta de que es el Señor. Y como nuestro Señor Jesús provee. Proveyó para los siete discípulos en el texto. Les pregunto, “Hijitos, ¿tienen algo de comer?” y milagrosamente proveyó una pesca de ciento cincuenta y tres pescados. Y cuando llegaron a la playa Jesús tenía ya listo un fuego para invitarles a desayunar. Partió el pan y el pescado como había hecho allí antes con el almuerzo de algún muchacho, y seguramente se acordaron de ese milagro, como Jesús proveyó comida para más de cinco mil personas. Y Jesús les dijo dos palabras sencillas pero consoladoras, “Venid, Comed.” Y en ese momento ningún de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Tú, quién eres? sabiendo que era el Señor. Era el Señor que los buscó, que los proveyó por sus necesidades.
Igualmente nosotros podemos confiar totalmente en nuestro Señor que nos buscó para proveer por nuestras necesidades. Y aun si es el fin del mes y la billetera está vacía, Dios pone algo en nuestra mesa. Como dice el Salmo 145:15-16, “Los ojos de todos esperan en ti, Y tú les das su comida a su tiempo. Abres tu mano, Y colmas de bendición a todo ser viviente.” Que siempre nos acordemos agradecerle por su bondad y mirar hacia el cielo porque es el Señor que provee para todas nuestras necesitades físicas.
Y ahora confiando que con Jesús no les iba a faltar ninguna necesidad, los discipulos estaban listos para ser reafirmados en su llamada. En ese momento todavía no entendían todo, pero Jesús apareció, los buscó y les proveyó para prepararlos para cuando se fuera y cuando les dejara como columnas de la iglesia. Pero no entendieron todo en el momento, fue un proceso que se cumpliría el día de Pentecostés. Pero ese desayuno por el mar Tiberias fue un paso muy importante, especialmente para Pedro. Si seguimos leyendo en el evangelio de Juan escuchamos una conversación intima entre Pedro y su Señor. Sentado por el fuego Jesús le preguntó o tres veces si le amaba. Pedro respondió que sí tres veces, y Jesús dijo, “Apacienta mis ovejas,” y “Pastorea mis ovejas.” Por un fuego Pedro había negado a su Señor, y ahora por un fuego se estaba reinstalando como pastor de las ovejas de Cristo, y como pescador de hombres. Y Pedro no tuvo nada de que se pudo gloriar. Jesús lo perdonó porque ya había pagado por esos pecados.
Y Cristo pagó por nuestros pecados también. Nunca se distrajo de su propósito de cumplir la voluntad de Dios, de predicar la palabra. Y no se preocupó por ninguna necesidad física y reconoció que su Padre siempre proveía. Aun cuando alimentó a los 5 mil con unos pececitos y panes primero dio gracias a Dios. Ofreció esa vida perfecta como nuestro sustito, y sufrió en nuestro lugar.
Pedro no fue digno para esa reinstalación como apóstol y pescador de hombres. No fue digno ser servidor de Dios. No hay nadie quien es, menos uno. ¡Es el Señor! El Señor lo hizo digno para ese trabajo, para vivir hasta una muerte violenta con ese propósito, de predicar la palabra de Dios, anunciar el Señor resucitado a todo el mundo. Y eso es lo que hizo Pedro, y también los otros discípulos. Instruyeron otra generación de discípulos que también instruyeron a la siguiente generación. Desde entonces los hijos de Dios han seguido predicando hasta el día de hoy, en que nosotros continuamos esa cadena. Pedro mismo escribió en su primera carta a los cristianos por todo el mundo, “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.” Esto aplica a todos cristiano de todo tiempo que tienen Jesús como Señor. Todos somos sacerdotes para anunciar las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. Jesús nos ha llamado y sigue afirmándonos en esto. Predicar la palabra de Dios no es solo el trabajo de los pastores, sino todos que son parte del sacerdocio universal, todo cristiano que ha sido buscado por Cristo, a quien Dios provee, y a quien el Espíritu llama.
Entonces cuando salimos de aquí, o acabamos la transmisión, ¿Qué vamos a hacer? Vamos a anunciar las buenas nuevas de El que resucitó. No vamos a seguir viviendo nuestra vida como si nada importante hubiera pasado, como el resto del mundo. No vamos a preocuparnos por las cosas materiales sino confiar en Dios. El Espíritu Santo va a obrar en nuestros corazones para que sigamos en fe, hablando constantemente de Jesús, porque, mis hermanos creyentes en la pascua, recordamos las palabras de Juan, ¡“Es el Señor!” Amen.
Los Himnos:
Algunos himnos sugeridos:
Cantad al Señor:
19-23 Los himnos para la Resurrección
45 Fortalece a tu Iglesia
56 Alzad la cruz
98 ¡Muerte! ¿dónde está tu horror?
105 Acuérdate de Jesucristo
108 Esta es la fiesta
Culto Cristiano:
38 Jesús divino
69-77 Los himnos para la Pascua de Resurrección
78 De mil arpas y mil voces
82 A Cristo proclamad
264 Grato es contar la historia
335 ¡Cristo vive!
336 Del sepulcro tenebroso
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