
Meditación - 2023 octubre 10
(Lectura de la Biblia en tres años: Números 33:22–49, Marcos 14:36–42)
EL QUE EN DIOS CONFÍA NO SERÁ DEFRAUDADO
A ti, SEÑOR, elevo mi alma; mi Dios, en ti confío; no permitas que sea yo humillado, no dejes que mis enemigos se burlen de mí.
Salmo 25:1–2
El militar Mariano Melgarejo fue presidente de un país sudamericano. En cierta ocasión, tras sentir la frustración de haber sufrido un engaño, tomó su arma y disparó contra una de sus camisas. Mientras lo hacía expresó su ira diciendo: «¿Confianza?, ¡Ni en mi camisa!» ¿Sintió alguna vez que no podía confiar en nadie? Si su respuesta es afirmativa, no está solo. Son muchas las ocasiones en las que los seres humanos han experimentado la desazón y frustración de saber que en vano depositaron su confianza en determinada persona o institución. ¿Cómo podemos protegernos de sufrir tal dolor y frustración? Una manera es la de afrontar el temor con la serenidad que resulta.
Una manera de soslayar los sinsabores que nos amargan la vida, es la de evitar directa y resueltamente el peligro de dejarnos arrastrar por la mentira y el engaño. Dios quiere que seamos confiables, que nuestros labios hablen verdad y demanda que confiemos solo en Él para todo. Dios quiere que confiemos en Él perfectamente pero no podemos hacerlo (Mateo 5:48; Romanos 7:18–19, 22–23) Pero nuestra naturaleza pecaminosa no quiere confiar en Dios sobre todas las cosas. Por esto, nos asaltan dudas cuando se presenta el desafío de confiar en Dios. No confiar en Dios sobre todas las cosas es un pecado contra el primer mandamiento por el cual merecemos padecer toda la ira de Dios eternamente. Pero, gracias a los méritos de Cristo como sustituto nuestro: 1) su perfecta obediencia a la ley de Dios; y 2) su muerte vicaria cargando el castigo por nuestro pecado. (Romanos 7:18–19) Dios, gratuitamente, nos declarada justos. En gratitud vamos a querer confiar solo en Dios con la convicción de que Él demostró, de una vez por todas, su confiable amor cuando, en la cruz, Cristo derramó su vida por nosotros y junto con Jeremías proclamar: «El gran amor del Señor nunca se acaba, y su compasión jamás se agota. Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es su fidelidad! Por tanto, digo: «El Señor es todo lo que tengo. ¡En él esperaré!» (Lamentaciones 3:22–24).
Oración:
Gracias, Señor, te doy por tu gran misericordia y por tu amor que no merezco, pues me salvaste y me atribuiste los méritos de Jesucristo. Te doy gracias por ser la roca segura y confiable. Te suplico que por el poder del evangelio me afirmes en la verdadera fe para la vida eterna. Amén.
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