(Lectura de la Biblia en tres años: Josué 10:19–43, Lucas 7:26–35)

LOS POBRES EN ESPÍRITU SON BIENAVENTURADOS

“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”.

(Mateo 5:3)

El apóstol Pablo sabía que en su “carne, no [habitaba] el bien” (Romanos 7:18). Bienvenidos los pobres en espíritu. Ser pobres en espíritu es vernos nosotros mismos como: perdidos, desesperanzados, e impotentes. Necesitamos pedir a gritos: “Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lucas 18:13). Ser pobre en espíritu es confesar que nuestra vida sin Dios no tiene ningún significado. Ser pobre en espíritu es tener “espíritu: quebrantado… contrito, y humillado” (Salmo 51:17).

Sabiendo quiénes somos realmente, ¿cómo podemos esperar jamás ser miembros del reino de Dios? Aunque necesitamos venir ante Dios confesando nuestros pecados, no tenemos que sentirnos quebrantados y tristes. Encontramos la riqueza del amor de Dios en nuestro Salvador Cristo Jesús. En este Salvador encontramos al que llevó una vida perfecta, y quien nos da su vida perfecta por medio de la fe. En este Salvador encontramos al que dio su vida por nosotros en la cruz, y quien nos da el perdón. Ese perdón se hizo seguro por el derramamiento de la preciosa sangre de Jesús.

¡Qué maravillosa verdad nos enseña Jesús! Con corazones que son pobres en espíritu, vemos nuestro pecado que nos separa de nuestro Dios. Con estos mismos corazones, con gozo, recibimos de nuestro Salvador el perdón de nuestros pecados. A causa de lo que Cristo hizo por nosotros, el reino de los cielos es nuestro.

Oración:

Querido Salvador, vemos cómo hemos caído. Danos una fe viva que nos haga mirarte solamente a ti como a aquel que nos salvó y nos dio la vida eterna en el cielo. Amén.

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