
Meditación - 2022 mayo 25
(Lectura de la Biblia en tres años: Génesis 39, Mateo 12:43–50)
Por el camino de tus mandamientos correré, cuando ensanches mi corazón.
Salmo 119:32
Ningún hombre tal como es por naturaleza se deleita en hacer según los mandamientos de Dios, ni tampoco lo puede hacer porque el pecado lo domina. Pero es muy diferente con uno que es justificado por la fe en Cristo. Tal persona sabe que es amada por Dios, y sabiendo que Dios la ama conoce tanto más su pecado. A la luz de la gracia amante de Dios su pecado le parece tanto más oscuro. Y eso lo entristece.
Pero, y a pesar de todo eso, sabe que Dios le ama y no desea ver en él nada sino la justicia de Cristo. Y con ello se engrandece su corazón, se llena de consolación y siendo consolado se abre hacia Dios y el amor de Dios hacia él. Y en un corazón que es consolado así y ha sido abierto, nace el amor a Dios, el amor para con él que le ha amado primero. Luego empieza el hombre a correr en el camino de los mandamientos de Dios. "Por el camino de tus mandamientos correré, cuando ensanches mi corazón." Entonces no hay necesidad de la vara de la ley, no hay necesidad de un opresor, de alguna compulsión. Dentro del pecador justificado hay una nueva ley, la ley del amor a Dios. Él está poderosamente impulsado por el Espíritu de Cristo y el amor de Cristo lo constriñe. Es una compulsión dulce a hacer lo que bien agrada a Cristo, a Dios. La ley de Dios ya no tiene que venir a él desde afuera como algo extraño con exigencias insistentes. No, está escrita en su mismo corazón y mente. Quiere, realmente quiere hacerla, cumplirla. La justificación por la fe en Cristo es el medio, el único medio, el medio fuerte y seguro, por el cual el hombre llega a desear hacer según los mandamientos de Dios.
Mi querido cristiano, conoces esto por experiencia. ¿Sabes lo que significa esto? "Por el camino de tus mandamientos correré, cuando ensanches mi corazón.
Oración:
Oh Señor, ésta es mi vida y mi única consolación, que tú, abundante y diariamente me perdonas todos mis pecados y me justificas a mí, un pobre pecador, por los méritos de Jesucristo. ¡Cuán grande, oh Dios, es tu amor y tu compasión que me has permitido conocer a través de tu palabra y del Espíritu Santo. Mi pobre corazón apenas puede creerlo, pero, oh Señor, te amo y me deleito en tus mandamientos según el hombre interior. Quisiera amar y servirte mejor. Ayuda a tu pobre hijo. Oh fiel Dios, ayúdame. Amén.
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