
Meditación - 2022 marzo 8
08 de marzo de 2022
(Lectura de la Biblia en tres años: Miqueas 4–5, Apocalipsis 14:1–5)
No matarás.
Éxodo 20:13
Éste es el quinto mandamiento de Dios. Pero cometen un gran error los que piensan que han guardado este mandamiento al no haber matado a nadie, ni hecho otra herida ni daño al prójimo en su cuerpo. El enojo que procede del odio, el crujir de los dientes, el lenguaje abusivo es asesinato a los ojos de Dios. (S. Mat. 5:21,22). "Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él." (1 Juan 3:15). Las autoridades civiles, según la ordenanza de Dios, deben castigar a los asesinos y malhechores. (Gen. 9:6; Rom. 13:4). Pero nosotros no debemos guardar pensamientos de venganza contra los que nos han hecho mal. Tenemos que dejar la ira y la venganza al Dios santo. El Espíritu Santo nos dice por la boca del Apóstol: "No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal." (Rom. 12:19-21). ¿En dónde estamos más dispuestos a violar el mandato supremo del amor hacia nuestro prójimo? Cuando se trata de nuestros enemigos y los que nos han hecho daño. Así es allí mismo donde debemos ser más cuidadosos en observar sus preceptos. Somos miserables pecadores. Precisamente porque el malvado amor propio mora en nosotros, la ramita todavía débil de amor al prójimo que vence todo, que ha sido implantado en nosotros los cristianos, tiene tan miserable existencia. "Del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios." (S. Mat. 15:19). Y ¡con cuanta frecuencia los pensamientos terminan en algo peor! Si deseamos permanecer como hijos de Dios, hemos de vivir en arrepentimiento diario y orar por su Espíritu Santo, el Espíritu de amor.
Oración: Señor Dios, querido Padre celestial, ¿No soy tu hijo querido? Pero soy un hijo muy débil y miserable, fácilmente llevado por los caminos errados y seducido por la maldad. Ten paciencia conmigo por los méritos de Jesús. Perdóname mi pecado. Te pido que por medio de tu Espíritu Santo refrenes y cambies la maldad en mí, hasta que al fin me libres de este cuerpo de muerte y me renueves a la bendita perfección. Amén.
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