(Lectura de la Biblia en tres años: Génesis 49:1–27, Mateo 15:6–13)

Santificado sea tu nombre.

San Mateo 6:9

Esta es la primera petición que Dios quiere que hagamos. Jesús instruye orar para que el nombre de Dios sea santificado entre nosotros. ¿Cuál es el nombre de Dios? Pues, el nombre "Padre." Eso significa pedir que Dios nos conceda el querer atesorarlo como algo sagrado, y como el mayor bien que puede haber, el que Dios desea ser nuestro amante Padre, y que podamos dirigirnos a Él con ese nombre. Jesús instruye  orar a Dios como Padre, pues ya el nombre "Padre" fue escrito en nuestro corazón con el fuego de su Espíritu Santo, para que esta bendita verdad siempre esté encendida y brille en nuestros corazones: ¡Dios es mi Padre! Dios hace esto por medio de su palabra, su palabra de gracia. Por tanto, queremos orar para que pueda ser enseñada entre nosotros la Palabra de Dios en su verdad y pureza. Además, vamos a querer orar al Padre para que nos conceda el constante suministro del Espíritu Santo, de modo que sinceramente estemos contentos, nos regocijemos y demos las gracias por el hecho de ser sus hijos, y como hijos Dios  llevemos una vida santa conforme a su palabra. ¡Que Dios nos guarde del pecado y  de llevar una vida impía, de llevar una vida indigna de un hijo de Dios! Qué nos guarde la falsa doctrina y de una vida impía que no son otra que profanar el nombre de Dios.

"¡Santificado sea tu nombre!" Esta es y tiene que ser la primera petición. Dios viene para encontrarse con nosotros pobres pecadores en Cristo Jesús por medio de su palabra y del Espíritu Santo, y dice: quiero ser llamado tu Padre. Luego cada uno de nosotros sobre todo querrá contestar y orar: "¡Santificado sea tu nombre!" ¡Ah, sí Señor, permíteme conocer esto, permíteme comprenderlo, permíteme vivir y morir, confiando en esta verdad salvadora, que tú eres mi Padre, y que yo soy tu hijo, gracias a Jesucristo que tomó mi lugar para que yo pueda ser tu hijo y llamarte Padre.

Oración:

Señor Dios, nuestro Padre celestial, nosotros, tus hijos, que todavía somos tan débiles e indiferentes, te rogamos concedenos que tu dulce nombre sea santificado entre nosotros no solamente con nuestro corazón, sino con todo lo que decimos o hacemos. Concédenos tu palabra en su verdad y pureza, para que la luz de tu gran misericordia pueda brillar siempre más para nosotros. Guárdanos en tu amor contra toda falsa doctrina por la cual tu nombre es profanado, y contra toda vida impía, con la cual tu nombre está expuesto a la vergüenza. Amén.

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