(Lectura de la Biblia en tres años: Daniel 3:13–30, 2 Juan 4–13)

LA NUEVA VESTIMENTA

Dejen de mentirse unos a otros, ahora que se han quitado el ropaje de la vieja naturaleza con sus vicios, y se han puesto el de la nueva naturaleza, que se va renovando en conocimiento a imagen de su Creador. […] Por encima de todo, vístanse de amor, que es el vínculo perfecto.

—Colosenses 3:9–10, 14

Jesucristo ordenó a la Iglesia bautizar a todas las naciones anunciando las buenas noticias del Reino de los cielos. Aunque el evangelio nos ofrece gratuitamente el perdón de los pecados ganado por Cristo y por tanto nada tenemos que hacer para salvarnos pues todo ya lo hizo Cristo, en gratitud vamos a querer continuamente revestirnos de la nueva criatura. ¿Cómo podemos hacerlo?

Cuando la Biblia nos dice que nos despojemos del viejo Adán significa que nuestra vieja naturaleza debe ser confrontada con la ley de Dios. Cada día vamos a querer hacer examen de conciencia a la luz de la ley moral de Dios para conocer cuáles mandamientos del decálogo hemos transgredido. Hay diversidad de formas de transgredir la ley de Dios: pecamos con los malos pensamientos, nuestras palabras, y hasta con la indiferencia. No hacer lo bueno cuando está a nuestro alcance es pecado de omisión.

Nuestro viejo Adán necesita ser golpeado con toda la dureza de la ley. Vamos a querer conocer cuánto odia Dios cada pecado y cómo nos condena el transgredirlo. Persistir hasta que nosotros mismos lleguemos a odiar la trasgresión de la voluntad de Dios. Cuando nuestra carne está aterrorizada por la palabra, recién aplicamos la buena noticia de que por Cristo estamos libres de la condena. Entonces vamos a querer conocer cómo Cristo obedeció el perfectamente el mandamiento que nosotros hemos trasgredido. Solo después que hemos sido consolados nuestro corazón se llenará de alegría y motivados por el perdón gratuito vamos a querer usar la ley moral como guía para revestirnos de nuestra nueva creatura.

Oración:

Señor, tú nos diste tu palabra para que conozcamos tú voluntad y también para que, con frecuencia, hagamos examen de conciencia. Concédenos ser fieles administradores de tu palabra y danos la sabiduría para comprender cuándo es mejor usar tu dura ley o cuando consolar con el evangelio. Amén.

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