
Meditación - 2022 enero 27
(Lectura de la Biblia en tres años: Daniel 1, 1 Juan 5:1–5)
EL LAVAMIENTO DE LA REGENERACIÓN
Él nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia sino por su misericordia. Nos salvó mediante el lavamiento de la regeneración y de la renovación por el Espíritu Santo
—Tito 3:5
El nuevo pacto nos entrega sus beneficios en el bautismo ordenado por Jesucristo. En la carta del apóstol Pablo a Tito, Dios nos recuerda que hemos sido salvos, no por nuestras propias obras de justicia, sino por la misericordia de Dios nuestro salvador. Pero Dios no necesitó ver ningún mérito nuestro para querer salvarnos del castigo eterno que merecemos padecer por la eternidad en el infierno. ¿Cómo así?
Pablo comienza recordándonos nuestro pasado. Nos dice como éramos sin Cristo. De esta manera golpea nuestro viejo Adán de modo que esté preparado para escuchar la buena noticia y que esta pueda ser apreciada debidamente. Nos dice que aunque estábamos muertos en delitos y pecados Dios quiso salvarnos y que lo hizo por medio del lavamiento de la regeneración y de la renovación del Espíritu Santo. Regenerar y renovar son palabras que tienen el sentido de volver a hacer nuevo lo que ya está desgastado. Para darnos la nueva vida, Dios usa el evangelio en la palabra y en los sacramentos. Puede hacerlo porque la palabra de Dios es viva y eficaz cuando somos expuestos continuamente a ella.
El bautismo, llamado aquí lavamiento de la regeneración, no sólo nos otorga los beneficios del perdón de pecados de una vez por todas. También sigue obrando a lo largo de nuestra vida recordándonos que somos salvos por los méritos de Jesucristo. Así, cada vez que miramos nuestra conducta, nuestro comportamiento, nuestra vida, al ser expuestos a la ley de Dios recordaremos que sólo somos merecedores del infierno eterno. Por el texto de la meditación de hoy sabemos que todas las bendiciones de nuestra vida provienen de nuestro Salvador.
Es la voluntad de Dios que los creyentes seamos conscientes de cuán frágiles y cuán propensos somos a caer en pecado. Pero también de cuán misericordioso es él al suministrarnos todo lo que necesitamos para vivir una continua vida de arrepentimiento. Con su ley nos golpea mostrándonos los pecados que evidencian nuestra rebeldía y falta de amor. Cuando ya hemos entrado en conciencia de nuestra maldad y de lo merecedores que somos de la eterna ira divina, con el evangelio nos reconcilia, consuela y da paz a nuestro corazón de manera que gozosos por tal perdón, en gratitud queremos vivir santamente, no confiando en nuestros méritos sino en los de Jesucristo, justicia nuestra.
Oración:
Señor, por los medios de gracia, concédeme temerte y amarte, de tal modo que ame la santidad y aborrezca el pecado. Amén.
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