
Meditación - 2022 abril 20
(Lectura de la Biblia en tres años: Génesis 17, Mateo 6:1–4)
ESTAMOS EN SU HIJO
Sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna.
—1 Juan 5:20
El Nuevo Testamento hace especial énfasis en Cristo como el Hijo de Dios. Esto es bastante notorio ya que Cristo tiene muchos atributos que nos son enfatizados tanto como el de ser el Hijo. ¿Cuál es la razón de este énfasis?
En el Antiguo Testamento el énfasis está colocado en la realidad de la existencia de Dios y de su obrar en la historia: Dios existe y es el que obra con poder. Sin embargo mantiene cierta distancia con el ser humano con quien se comunica solo a través de unos pocos escogidos. El nombre que resalta es Jehová. Este nombre revela a Dios como el que ES: el que era, es y ha de venir. Con la venida de Cristo el énfasis enfoca ya no tanto en que Dios sea sino en que Dios se relaciona. Así Cristo es Emmanuel, Dios con nosotros. La esencia de la relación enfatizada es la del Padre con el Hijo. Dios es el padre de Cristo. Poco antes de su arresto Jesús se reúne con sus discípulos. Al final de esa reunión él ora en intercesión por ellos y dice: «He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; […] Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, […]. Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese». (Juan 17:6, 11,12) ¿Cuál es ese nombre del que habla Cristo? Ese nombre no es otro que Padre.
Sí, los creyentes somos hijos de Dios, pero somos hijos, en el Hijo. Dios nos ve en Cristo, nos acepta en él. Lo bueno de Cristo nos es atribuido gratuitamente de tal manera que delante de Dios somos igual de valiosos como lo es su Hijo Jesucristo. A nuestra cuenta se han asignado las mejores buenas obras, que no las hicimos nosotros pues son de Cristo, son ajenas pero son contadas como nuestras. Así Dios nos trata como hijos y nos concede todo tal como se lo concede a su Hijo pues nos cuenta en él. Sin Cristo somos nada. En Cristo somos preciosos y amados y así Dios nos invita cariñosamente a que creamos que él es nuestro verdadero Padre y nosotros sus verdaderos hijos, a fin de que le pidamos con valor y plena confianza, como le piden los hijos amados a su amoroso padre».
Oración:
Te suplico, bendito Padre, me concedas ser un creyente que usa bien tu nombre, que lo trata como el nombre santo que es. Que mis labios no hagan uso descuidado de ninguno de tus preciosos nombres y tampoco lo use para desear el mal a mi prójimo ni maldecir, jurar, hechizar, mentir o engañar, sino que lo use para invocarte en todas las necesidades, para adorarte, alabarte y darte gracias y confesar tus maravillas. Amén.
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