
Meditación - 2022 abril 1
(Lectura de la Biblia en tres años: Génesis 1:1–14, Mateo 1:1–7)
EL CRISTO DE DIOS
Un día cuando Jesús estaba orando para sí, estando allí sus discípulos, les preguntó: —¿Quién dice la gente que soy yo? —Unos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que uno de los antiguos profetas ha resucitado —respondieron. —Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? —El Cristo de Dios —afirmó Pedro.
—Lucas 9:18–20
¿Es usted cristiano? Es verdad que un cristiano es aquel que profesa el cristianismo. Pero ser cristiano no es solo ser un discípulo que aprende las enseñanzas de su maestro Jesucristo, sino que también tiene un conocimiento personal de él porque vive con él y a causa de él.
En el texto de la meditación de hoy, Jesucristo pregunta a sus discípulos qué opinan las personas que no le conocen acerca de quién sea él. Sus discípulos mencionan las opiniones más notorias: Había quien decía que era Juan el bautista, o que debería tratarse de algún profeta del pasado, un ungido. Todos los verdaderos profetas bíblicos fueron «ungidos». En la Biblia la palabra hebrea traducida «Mesías» y la griega «Cristo» significan ungido. Un ungido era alguien designado por Dios para servir como rey, o como profeta o como sacerdote. Así que no había nada novedoso en llamar Cristo a un siervo de Dios. Incluso al rey no judío Ciro de lo llama «Ungido» (Mesías, Cristo, en el original de Isaías 45:1) La respuesta del apóstol Pedro registrada por Lucas denota que los discípulos aprendieron que su maestro no era un ungido más, sino que era «El Cristo de Dios» en un sentido único y distinto de todos los demás. Tal como Pedro lo reiteró en su sermón en Pentecostés: «Sépalo bien todo el pueblo de Israel, que a este Jesús, a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Cristo.» (Hechos 2:36, RVC) Ver en Jesucristo a un hombre histórico común y corriente es un gran error. Es más, es un pecado por el que merecemos toda la ira de Dios y la condenación del fuego eterno. Pero Jesús es el Cristo precisamente para salvarnos de esa condenación. Pues con su vida justa y muerte injusta obtuvo nuestro perdón. En gratitud vamos a querer amarlo y honrarlo como el Señor y Cristo.
Oración:
Soberano Señor, creador del cielo y la tierra, y el mar y todo lo que hay en ellos; tú, Padre nuestro, por medio del Espíritu Santo dijiste en labios de tu siervo David: «¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Los reyes de la tierra se reunieron, y los príncipes se confabularon, contra el Señor, y contra su Cristo.» concédeme confesar con mis labios a tu hijo Jesucristo como el Mesías y el Cristo del cielo y de la eternidad, el Salvador del mundo.
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