
Meditación - 2021 septiembre 9
(Lectura de la Biblia en tres años: Isaías 52–53, 1 Tesalonicenses 2:7–16)
EL BUEN HÁBITO DEL TRABAJO
Las manos ociosas conducen a la pobreza; las manos hábiles atraen riquezas.
— Proverbios 10:4
A lo largo de los siglos no han sido pocos los que han imaginado que ser buen cristiano consiste e alejarse de la vida cotidiana y apartarse de la sociedad en general para vivir de las limosnas. Pero ser de Cristo no significa que nos sentemos sin hacer nada. El Señor nos ha dado dones y habilidades que debemos usar. Los que son perezosos requieren corrección tal como la que Pablo recomendó: «El que no quiera trabajar, que tampoco coma […] a tales personas les ordenamos y exhortamos en el Señor Jesucristo que tranquilamente se pongan a trabajar para ganarse la vida. […] Si alguno no obedece las instrucciones que les damos en esta carta, denúncienlo públicamente y no se relacionen con él, para que se avergüence.». (2 Tesalonicenses 3:10–13).
Martín Lutero dijo que el trabajo es como «la máscara» tras la que Dios nos imparte sus bendiciones: «Cuando llegan las riquezas, el corazón impío del hombre piensa: “Lo he logrado con mi esfuerzo”; sin considerar que se trata simplemente de las bendiciones de Dios. Son bendiciones que nos llegan a veces mediante nuestros esfuerzos, y a veces sin ellos, pero nunca a causa de ellos. Las riquezas las da Dios debido a su misericordia para con nosotros, que no la merecemos. Tal como dijimos arriba, él emplea nuestra labor como una máscara bajo cuya apariencia nos bendice y otorga lo que es suyo, de manera que haya espacio para la fe y no imaginemos que por nuestros propios esfuerzos y labores hayamos alcanzado lo que es nuestro.»
Cuando Dios creó a Adán le encargó el cuidado del huerto de Edén. Es la voluntad de Dios que recibamos sus bendiciones materiales a través del trabajo. Confieso que no siempre he valorado el trabajo como parte de la voluntad de Dios y que por eso soy merecedor de toda la ira divina. Gracias a Jesucristo estoy reconciliado con Dios pues Él trabajó perfectamente en lugar de mí y sufrió mi castigo en la cruz. En gratitud voy a querer ser diligente en lo que me toca hacer en esta vida, sabiendo que la oportunidad no se dará en la otra: «Y todo lo que te venga a la mano, hazlo con todo empeño; porque en el sepulcro, adonde te diriges, no hay trabajo ni planes ni conocimiento ni sabiduría.» (Eclesiastés 9:10).
Oración:
Señor, tu Hijo Jesucristo cumplió la ley en lugar mío y con su sacrificio en la cruz pagó por mis pecados como mi sustituto. Por esos mismos méritos, he sido perdonado. En gratitud quiero confiar sólo en sus méritos para estar a cuentas contigo y vivir una vida santa guiado por tu ley moral, mientras me ocupo en mi trabajo y anuncio la salvación gratuita esperando tu venida, concédeme alcanzarlo. Amén.
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