(Lectura de la Biblia en tres años: Jeremías 24:1–25:14, 2 Timoteo 3:9–17)

Un acto de amor

La Palabra de Dios: No juzguen a nadie, para que nadie los juzgue a ustedes

(Mateo 7: 1)

Juzgar suele ser una práctica muy común. Juzgamos por el color de la piel, porque por ejemplo, en mi país, muchas veces ser negro puede dar pie a sospechar que la persona es ladrona o con una conducta social inadecuada. En otras ocasiones juzgamos por la ropa. Un zapato roto o una vestimenta deteriorada son sinónimo de pobreza o descuido. En fin, creo que pasamos mucho tiempo juzgando sin necesidad. Y es que, precisamente debido a nuestro orgullo pecaminoso, nos creemos en ocasiones muy buenos cuando en realidad llevamos muchas inmundicias y pecados por dentro.

El llamado de Jesús es a no juzgar. En vez de juzgarnos, se entregó en cuerpo y alma y dio su vida para nuestra salvación. Jesús no fue ese que te juzgó porque siendo joven quisiste ser un buen empleado y tu Jefe te humilló. Jesús no fue el dueño de tu alquiler que, al ver que no tenías dinero, te desalojó y no tuviste a donde ir. Jesús nunca te juzgó, más bien, te abrazó con amor y cariño, Jesús te abrazó con Salvación.

Procuremos entonces en Cristo Jesús a no juzgar a nuestros semejantes. Al fin y al cabo no somos perfectos y no podemos tirar una piedra cuando somos en realidad pecadores: “…en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5). Cuando veamos a otros pecar, en vez de juzgar, oremos a Dios que los lleve al arrepentimiento. Orar por otros en vez de juzgar es un acto de amor, un acto como resultado al cambio surgido a causa del Evangelio de Jesús.

Oración:

Padre celestial, te doy las gracias por tu amor y misericordia. Ayúdanos a no juzgar a nadie, a amar y orar para que siempre obre el evangelio de tu Hijo amado en nuestros corazones. Ayúdanos a seguir confiando sin medida en Jesús. Amén

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