(Lectura de la Biblia en tres años: Jeremías 23:9–40, 2 Timoteo 3:1–8)

Confiar firmemente

La Palabra de Dios: Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.

(Juan 15: 5)

Cuando se siembra una semilla, si somos capaces de regarlas y de cuidarla, podemos ver como pronto va crecer, brotando sus ramas, sus hojas, su tronco, sus flores y su fruto. Lleva tiempo, pero es bello y hermoso. Sin embargo, si le arrancamos sus flores o sus hojas o tallos ¿podrá dar frutos? - por supuesto que no. Es necesario cuidarla y dejarla con todas sus partes.

Así sucede con Jesús y nosotros. Esa relación consiste en que Jesús, nuestro eterno Salvador, es el tronco y nosotros las ramas. Su palabra nos invita a permanecer unidos a Él para dar mucho fruto, fruto bueno y útil: de amor y paz. Si permanecemos en nuestro Señor Cristo Jesús, encontramos el valor para salir de nosotros mismos, de nuestro viejo Adán que nos ata a un mundo de maldad y malas obras. Esa atadura pecaminosa nos envuelve en un velo de orgullo donde pensamos que somos buenos a nuestra forma.

Al confiar en Jesús firmemente, nos preocuparemos entonces por las necesidades de los demás; la necesidad de aquel perdido en la oscuridad que necesita escuchar de esa luz gratis que emana única y exclusivamente del Hijo de Dios, que se entregó su cuerpo para salvarnos de esa muerte dolorosa que soportó en nuestro lugar. Si nos mantenemos firmes en nuestro Salvador, podremos dar nuestro testimonio cristiano en el mundo, y con ello, llevar una vida de honor y gloria para Jesús. Pero, es necesario permanecer firmes y confiar en Jesús, porque el mundo apuesta cada día más por la cultura del “yo” en vez de una cultura llena de amor y paz.

Oración:

Padre celestial, te damos las gracias por ser nuestra vid. Ayúdanos a no despegarnos nunca de ti, a confiar en tu Hijo amado, a producir buenos frutos y, al final, a heredar la morada eterna que tú nos has preparado. Amén

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