
Meditación - 2021 noviembre 6
(Lectura de la Biblia en tres años: Jeremías 40:13–41:18, Hebreos 3:12–19)
VIVIENDO DE VIDA ETERNA
En verdad les digo: El que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, vive de vida eterna; ya no habrá juicio para él, porque ha pasado de la muerte a la vida.
—Juan 5:24 (La Biblia Latinoamérica)
La letra de una popular canción latinoamericana dice en sus primeras frases: «¡Gracias a la vida!, que me ha dado tanto», y no da las gracias a Dios quien en realidad es quien nos provee todas las cosas. El ser humano en general se ha tornado muy secularista. Tanto los educadores como los científicos, cuando hablan de importantes eventos naturales, dan gracias a la sabia naturaleza en lugar de dar gracias a Dios quien creó esa naturaleza. La ingratitud del corazón humano hacía Dios es un pecado por el que merecemos toda la ira de Dios en el infierno por la eternidad ¿Cómo así?
La naturaleza pecaminosa del ser humano lo impulsa a desobedecer la voluntad de Dios. Pablo lo explica con estas palabras: «Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa. A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón.» (Romanos 1:20, 21). Es esa falta de gratitud la evidencia que demuestra que somos impíos. No somos pecadores por haber pecado. Pecamos porque somos pecadores de nacimiento. El hecho de que bajo autodisciplina vivamos buenas vidas morales no nos vuelve santos. Seguimos siendo pecadores, aunque con buena conducta. Nuestro buen comportamiento nunca nos pondrá en buenas cuentas con Dios. Solo gracias a la vida justa y muerte injusta de Jesucristo es que hemos sido perdonados y reconciliados con Dios. En gratitud vamos a querer honrar y adorar al Señor y vivir de vida eterna, es decir vivir de lo que el evangelio dice.
Oración:
Señor, por mi soberbia, me parece que soy más sabio que tu santa palabra y tengo la tendencia a seguir mi lógica antes que tus principios y valores. Por esto soy merecedor de toda tu ira. Pero tu evangelio me muestra cuán misericordioso eres. Te suplico que mi corazón sea un corazón contrito y humillado que, consciente de lo grande de mi maldad y de lo enorme de tu misericordia, y que, en gratitud, anhele no solo conocer tu voluntad sino también quiera obedecerla. Amén.
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