
Meditación - 2021 mayo 20
(Lectura de la Biblia en tres años: Salmo 139, 1 Corintios 15:18–23)
SALMO PENITENCIAL
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me alejes de tu presencia ni me quites tu santo Espíritu.
— Salmo 51:10–11
¿Sabe usted qué tienen en común los Salmos 6, 32, 38, 51, 102, 130 y 143?
Estos siete son conocidos como los salmos penitenciales, debido a que contienen súplicas de arrepentimiento que claman la misericordia divina.
El Salmo 51 es la oración de arrepentimiento del rey David, cuando confesó que no solo había cometido adulterio con Betsabé, y que había tramado una estrategia para que el esposo de ella muera en batalla.
En esta oración David reconoce su indignidad y su debilidad. Pero cuando suplica: «Crea en mí», pide algo que solamente Dios puede hacer, un milagro. Esa petición solo puede ser respondida únicamente mediante la obra del Espíritu Santo, que es el único que puede obrar en el ser humano: el arrepentimiento, la fe, y la buena voluntad de servir y darle un espíritu recto.
Puesto que nosotros también somos pecadores, la verdad es que también necesitamos ese mismo milagro: que Dios crea en nosotros un corazón limpio y un espíritu recto. Es un gran error imaginar que tenemos la capacidad y el poder de nosotros mismos crearnos un corazón arrepentido y un espíritu recto. Ni siquiera podemos hacer algo realmente bueno. Todas nuestras buenas obras que a nosotros nos parecen tan agradables como para presentárselas a Dios buscando su favor, solo logran que su ira se encienda contra nosotros, pues delante de él son trapo de inmundicia. No somos perfectos, solo somos pecadores arrepentidos que fuimos perdonados gracias a que Jesucristo obedeció perfectamente en lugar nuestro y pagó en la cruz, con su padecimiento, la condenación que merecemos. Y es gracias a esos méritos que podemos tener la certeza de que Dios nos concederá esas peticiones y que, en gratitud, vamos a querer vidas arrepentidas y consagradas a su voluntad.
Oración:
Señor, reconozco que soy pecador, que he sido malo desde el vientre de mi madre, y que lo único que puedo hacer es ofenderte, pecar contra ti y merecer toda tu ira. Por los méritos de tu Hijo conviérteme, y seré convertido. No hagas conmigo conforme a mis rebeliones sino conforme tu misericordia hágase en mí conforme tus mandatos y promesas evangélicas. Crea en mí un corazón limpio y un espíritu recto que tema tu nombre, te ame con todo el ser y confíe en ti sobre todas las cosas para que, transformado por tu palabra, en gratitud proclame tus maravillas. En tu misericordia, no permitas que yo caiga en ninguna de las tentaciones de mi carne, del mundo, ni del diablo. Amén.
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