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Meditación - 2021 mayo 2

(Lectura de la Biblia en tres años: Salmo 118, 1 Corintios 11:7–16)

¿CUÁL ES EL FRUTO DEL CREYENTE?

Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Toda rama que en mí no da fruto, la corta; pero toda rama que da fruto la poda para que dé más fruto todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que les he comunicado. Permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes. Así como ninguna rama puede dar fruto por sí misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así tampoco ustedes pueden dar fruto si no permanecen en mí.

—Juan 15:1–4

¿Eres la mejor versión de ti mismo? Cada día muchas personas inician su día con el propósito de ser la mejor versión de sí mismos. Algunos con la mira de ser eficientes y eficaces profesionales, estudiosos, trabajadores o ciudadanos. Y, aunque sus logros resultan admirables finalmente adolecen de la imperfección humana. Tal como lo dijo Jesucristo «Lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu, espíritu es.» (Juan 3:6) Así todos los esfuerzos del ser humano para agradar a Dios con sus buenas obras son fruto de su carne y no alcanzan la exigencia divina (Mateo 5:48). Entonces ¿De cuál fruto habla Jesús?

Jesús, con la ilustración de la planta de vid, nos enseña que las buenas obras que provienen de nuestra naturaleza humana no son los frutos que le agradan al Padre. Cristo se compara con la planta de la vid. Es interesante el hecho de que la vid es una planta de la cual solo el fruto resalta. No se puede conseguir madera de ella. El fruto de la vid son los racimos de uva. Sin embargo, no todas sus ramas llevan racimos. Algunas que parecen estar vinculadas a la planta, en realidad no lo están y por eso deben ser quitadas. El fruto del cristiano es el resultado de la unión vital que Cristo tiene con creyente a través de la palabra (Romanos 10:17, 1:16). Así como la rama no se esfuerza en producir fruto, sino que es la planta la que lo produce, de igual modo el creyente naturalmente llevará el fruto producido por el Espíritu Santo. Es verdad que el primer fruto es la fe. Pero esa fe tiene una característica que la distingue de toda otra fe: el amor ágape, es decir ese mismo amor por el que Dios envió a su Hijo para salvarnos, ese amor incondicional que ama no al que lo merece, sino al que necesita ser amado. Puesto que Dios nos amó de esa manera, también nosotros vamos a querer amar así. (1 Juan 3:10,16)

Oración:

Haz, SEÑOR, que la luz de tu Palabra brille siempre en nuestros hogares de modo que nuestros labios se abran para dar a conocer tu amor en Cristo. Afírmanos en la verdadera fe; y concédenos crecer en la verdadera fe y en tu amor de tal manera que al amarte y al amar a nuestros prójimos hagamos tu voluntad, y así, en gratitud a tu amor, seamos siervos fieles que prediquen y enseñen el Evangelio en nuestro país y en todas las naciones. Amén.

 

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Meditaciones son presentadas por Producciones Multilingües-WELS y www.academiacristo.com. Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional. Todas las citas bíblicas, a menos que se indique lo contrario, están tomadas de La Santa Biblia, Nueva Versión Internacional®, NVI®. Copyright © 1986, 1999, 2015 por Biblica, Inc.™ Todos los derechos reservados en todo el mundo.

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