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Meditación - 2021 mayo 17

(Lectura de la Biblia en tres años: Salmo 134–135, 1 Corintios 15:1–5)

JESÚS, EL SEÑOR, HACE TODO LO QUE QUIERE.

El SEÑOR hace todo lo que quiere en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos sus abismos. Levanta las nubes desde los confines de la tierra; envía relámpagos con la lluvia y saca de sus depósitos a los vientos.

—Salmo 135:6–7

¿Cuán grande es el poder de Jesucristo resucitado? Podemos responder que, según la Biblia, el poder de Jesucristo es infinito, ilimitado e inescrutable. ¿Cómo así?

La Biblia dice que el poder de Dios es infinito, es decir que no tiene fin. Jesucristo es cien por ciento Dios y puesto que la Biblia le llama «Roca Eterna» sabemos que su poder es infinito (Salmos 147:5; Isaías 26:4). Su poder no cambia, nunca se desgasta ni tiene fecha de expiración, es sempiterno (Hebreos 13:8; 1 Timoteo 6:16; Salmos 102:27). Nadie puede llegar a conocer hasta dónde alcanza su poder (Salmos 145:3; 139:6; Job 5:9) Su poder es tan grande que nadie puede subyugarlos ni vencerlo. Tal como lo dice el evangelio: « En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no han podido extinguirla.» (Juan 1:4–5).

Jesucristo, en los días de su ministerio terrenal, estuvo sujeto a limitaciones humanas y, aun así, reprendió a la naturaleza para que cese la tormenta, y a las enfermedades e incluso camino sobre las aguas sin hundirse. Cuando resucitó cesó de limitar su poder divino y hoy no hay quien lo detenga, él es el soberano del universo (1 Timoteo 6:14–15; Apocalipsis 1:4–5). Aunque su poder es manifestado como fuego consumidor (2 Tesalonicenses 1:8; Apocalipsis 6:16) puesto que hemos pecado contra él. La máxima expresión de su poder la reveló cuando en la cruz, por amor a nosotros, sufrió toda la ira de Dios en lugar de todos los pecadores de todos los tiempos.

Oración:

Señor, aunque no lo merezco, con tu justa vida me salvaste gratuitamente. Así mostraste cuán profundo, grande, alto y amplio es tu amor. En gratitud, te suplico haz que mi vida entera esté consagrada a Ti, Señor. Que a mis manos pueda guiar el impulso de tu amor. Que mis pies tan sólo en pos de lo santo puedan ir: y que a Ti, Señor, mi voz se complazca en bendecir. Que mis labios al hablar, hablen sólo de tu amor. Que mis bienes dedicar yo los quiera a Ti, Señor. Que mi tiempo todo esté consagrado a tu loor. Que mi mente y su poder sean usados en tu honor. Toma, ¡oh Dios!, mi voluntad, y hazla tuya nada más; Toma, sí, mi corazón y tu trono en él tendrás. Amén. (CC255).

 

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