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Meditación - 2021 julio 9

(Lectura de la Biblia en tres años: Eclesiastés 2, Gálatas 3:11–18)

¡EUREKA!

«Dejé que me hallaran los que no me buscaban; me di a conocer a los que no preguntaban por mí.»

Romanos 10:20

La expresión «¡Eureka!» se usa en español desde hace mucho tiempo atrás como una exclamación de alegría para denotar que se ha hallado lo que se estaba buscando afanosamente. Esta expresión proviene de la lengua griega y es la misma que en el texto de nuestra meditación de hoy se ha traducido «me hallaran». Al parecer su uso viene del tiempo del sabio Arquímedes cuando la exclamó con gran alegría al haber hallado una manera de comprobar la pureza del oro. Esa es la misma alegría que sintió la mujer que encontró la moneda que se le había perdido. Siempre es motivo de gran regocijo encontrar lo que se estaba buscando. Sin embargo, el texto de hoy trata de una verdad asombrosa: Dios se deja encontrar por los que no lo buscaban. ¿Cómo así?

La palabra de Dios claramente enseña que no hay quien busque a Dios, ni siquiera uno (Romanos 3:11). Por tanto, nadie encuentra a Dios por haberle buscado. La verdad es que Dios es quien nos busca y quien nos encuentra. Antes de ser creyentes nosotros somos enemigos de Dios, no le buscamos, ni queremos saber nada acerca de él. Es solamente por la obra del Espíritu Santo que alguien comienza a buscar a Dios. Todos nosotros, como Adán, queremos escondernos de Dios. Fue Dios quien buscó a Abraham, a Moisés a ti y a mí. Pero él no nos busca con el propósito de que seamos los magnates del planeta. Nos busca para ser su pueblo redimido que habitará en gloria en el cielo, pero que vive en comunión con él mientras peregrina aquí en la tierra.

Oración:

Señor, aunque no lo merezco, con tu justa vida me salvaste gratuitamente. Te suplico que mi vida entera esté consagrada a ti, Señor; que a mis manos pueda guiar el impulso de tu amor. Que mis pies tan sólo en pos de lo santo puedan ir: y que a ti, señor, mi voz se complazca en bendecir. Que mis labios al hablar, hablen sólo de tu amor. Que mis bienes dedicar yo los quiera a ti, señor. Que mi tiempo todo esté consagrado a tu loor. Que mi mente y su poder sean usados en tu honor toma, ¡oh Dios!, mi voluntad, y hazla tuya nada más; toma, sí, mi corazón y tu trono en él tendrás. Amén. (CC255)

 

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