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Meditación - 2021 julio 12

(Lectura de la Biblia en tres años: Eclesiastés 5:8–6:12, Gálatas 4:8–12)

LA COMUNIÓN APOSTÓLICA

Lo que ha sido desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que hemos tocado con las manos, esto les anunciamos respecto al Verbo que es vida. […] Les anunciamos lo que hemos visto y oído, para que también ustedes tengan comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo.

1 Juan 1:1,3

Dios hizo con el pueblo de Israel un pacto para que ellos sean su nación santa. Pero Israel rompió el pacto y ya no pudo ser el sacerdocio de Dios. Aún así el Señor prometió que haría un nuevo pacto con Israel. Jesucristo vino para ser el mediador del nuevo pacto. Pero, tal como está escrito: «Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron.» (1 Juan 1:11) Pero aunque Israel rechazó al mediador del nuevo pacto, aún así Dios hizo ese nuevo pacto ¿Cómo así?

El nuevo pacto fue celebrado durante la última cena de Pascua que Jesús celebró con sus discípulos antes de ser arrestado, juzgado y crucificado. Dios hizo el nuevo pacto con los apóstoles y ese pacto fue sellado con la sangre de Cristo. Por esto la comunión con Dios implica comunión con los apóstoles. Tal como lo explica el apóstol Juan, lo que los apóstoles vieron y escucharon de Jesucristo y que ellos lo anuncian es lo mismo que abrirá la comunión con Dios para las demás personas. ¿Qué es esa cosa tan importante que tiene el poder de vincularnos en comunión con Dios? Pues, no es otra cosa que el puro evangelio de Cristo.

Jesucristo comisionó a sus apóstoles la tarea de predicar el evangelio, es decir, las buenas noticias de salvación, a toda criatura (Marcos 16:15) Ese evangelio tiene el poder de salvar a las personas y de introducirlas en la comunión con Dios. Esa comunión se manifiesta cuando creemos en todo lo que los apóstoles enseñaron. Todo el contenido del Nuevo Testamento es la enseñanza de los apóstoles. El Espíritu Santo, por el poder de la palabra, transforma a los incrédulos en creyentes. Ese mismo poder del evangelio es el que nos limpia del pecado y nos mueve a servir a Cristo en gratitud por lo que hizo por nosotros.

Oración:

Señor, confieso que Jesucristo, verdadero Dios, engendrado del Padre en la eternidad, y también verdadero hombre, nacido de la virgen María, es mi Señor. Que me ha redimido a mí, criatura perdida y condenada, me ha rescatado y librado de todos los pecados, de la muerte y del poder del diablo, no con oro ni con plata, sino con su santa y preciosa sangre y con su inocente pasión y muerte. Y todo esto lo hizo para que yo sea suyo y viva bajo él en su reino y le sirva en justicia, inocencia y bienaventuranza eternas, así como él, resucitado de entre los muertos, vive y reina eternamente. Esto es ciertamente la verdad. Amén.

 

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