
Meditación - 2021 abril 11
(Lectura de la Biblia en tres años: Salmo 92–93, 1 Corintios 4:15–21)
¡CRISTO VIVE!
Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros.
Juan 20:19
En cierta ocasión, los discípulos estaban reunidos en un lugar a puertas cerradas y Jesús resucitado apareció en medio de ellos. Si, para el Jesús resucitado, una puerta cerrada no es ningún obstáculo ¿Entonces, por qué el ángel quitó la piedra que cerraba la tumba?
Cuando Jesucristo resucitó lo hizo en cuerpo glorificado. Ese cuerpo ya no está sujeto a las limitaciones que tenía antes de su crucifixión. No está limitado por el tiempo ni el espacio. El cuerpo resucitado de Cristo no necesita poder para atravesar muros, pues, como él mismo lo enseñó, toda potestad le ha sido dada en el cielo y en la tierra. Con esa potestad, Cristo es omnipresente, o sea, presente en todo lugar al mismo tiempo, pero por ahora permanece oculto a nuestra vista. La Biblia enseña que en el futuro “todo ojo lo verá” (Ef 4:10; Ap 1:7). El ángel no movió la piedra para que Jesucristo saliera de la tumba, lo hizo para que las mujeres que fueron al sepulcro puedan constatar que él había resucitado. Ellas fueron testigos del terremoto que hubo cuando el ángel descendió y retiró la piedra. Los guardias, que también fueron testigos de lo mismo, huyeron aterrorizados. Para las mujeres la tumba abierta fue una gran y alegre noticia. Para los guardias fue algo aterrador.
Hoy, esa tumba, permanece abierta causando esos diferentes efectos. Para unos, el mensaje del evangelio es olor de vida, mientras que para otros, es olor de muerte (2 Cor 2:14–17). Cristo vive y eso es buena y mala noticia a la vez. Para quienes se encuentran angustiados y afligidos por causa de sus pecados lamentando haber pecado contra Dios, Cristo es el salvador que con sus méritos les ha conseguido la salvación. Pero para los que están confiados en sus propios méritos, creyendo que con sus buenas obras son capaces de agradar a Dios, Cristo es el juez que los sentenciará: «Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!» (Mat 7:21–23).
Oración:
Aunque merecemos tu justa ira y tu castigo. Te pedimos, ¡Padre de misericordia!, que perdones nuestro pecado y nuestras muchas rebeliones por lo méritos de Cristo nuestro Señor. Amén.
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