
Meditación - 2020 octubre 09
Meditación - 2020 octubre 09
(Lectura de la Biblia en tres años: 2 Crónicas 14–15, Hechos 5:17–23)
PECADOS INVISIBLES
No codicies la casa de tu prójimo: No codicies su esposa, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su burro, ni nada que le pertenezca.
—Éxodo 20:17
El apóstol Pablo dijo que él era, «en cuanto a la justicia que la ley exige, intachable» (Filipenses 3:6) Sin embargo, también dijo que él fue «el peor de los pecadores» (1 Timoteo 1:15) ¿Cómo puede afirmar ser intachable si fue el peor de los pecadores?
El apóstol Pablo no está equivocado ni se contradice con sus afirmaciones. Respecto a la ley moral, nadie podía acusarle de ningún pecado pues era estricto consigo mismo. Sin embargo, afirma ser el peor pecador precisamente por eso. Aunque nadie le había visto pecar, él sabía que era culpable de pecados invisibles. Parecía ser puro y sin pecado, pero no lo era. Los pecados de Pablo eran de pensamiento y de sentimiento: «nunca habría sabido yo lo que es codiciar si la ley no hubiera dicho: «No codicies.» Pero el pecado, aprovechando la oportunidad que le proporcionó el mandamiento, despertó en mí toda clase de codicia.» (Romanos 7:7-8) La codicia no puede ser vista desde fuera y sin embargo es igual de perversa que cualquier otro pecado. La parte final del Decálogo prohíbe toda clase de codicia. Jesucristo dejó claro que codiciar la mujer del prójimo es adulterio. Codicia es el anhelo por aquello que no debemos anhelar. Los deseos impuros son codicia. Por el pecado de codiciar merecemos toda la ira de Dios. Somos perdonados únicamente por los méritos de Jesucristo. En gratitud vamos a querer guardarnos de toda codicia y concentrar nuestra mente y corazón en todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que sea excelente o merezca elogio. (Filipenses 4:8)
Oración:
Señor, aunque no lo merezco, con tu justa vida me salvaste gratuitamente. Te suplico que mi vida entera esté consagrada a ti, Señor; que a mis manos pueda guiar el impulso de tu amor. Que mis pies tan sólo en pos de lo santo puedan ir: y que a ti, señor, mi voz se complazca en bendecir. Que mis labios al hablar, hablen sólo de tu amor. Que mis bienes dedicar yo los quiera a ti, señor. Que mi tiempo todo esté consagrado a tu loor. que mi mente y su poder sean usados en tu honor toma, ¡oh Dios!, mi voluntad, y hazla tuya nada más; toma, sí, mi corazón y tu trono en él tendrás. Amén. (CC255)
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