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(Lectura de la Biblia en tres años: 1 Reyes 10:14–29, Juan 6:1–6)

¡QUÉ TIEMPOS AQUELLOS!

El rey hizo que en Jerusalén la plata fuera tan común y corriente como las piedras, y el cedro tan abundante como las higueras de la llanura.

—1 Reyes 10:27

El rey Salomón es conocido por su sabiduría y por su gran riqueza. La nación de Israel alcanzó su máximo esplendor económico durante su reinado: «La cantidad de oro que Salomón recibía anualmente llegaba a los veintidós mil kilos, sin contar los impuestos aportados por los mercaderes, el tráfico comercial, y todos los reyes árabes y los gobernadores del país. (vers. 14,15). El templo de Salomón destacó por su lujo y esplendor. Debido a la idolatría de Israel ese templo fue destruido por los babilonios. Años más tarde, cuando los judíos exiliados retornaron a su tierra y reconstruyeron el templo, el profeta Hageo les preguntó: «¿Queda alguien entre ustedes que haya visto esta casa en su antiguo esplendor? ¿Qué les parece ahora? ¿No la ven como muy poca cosa?» (Hageo 2:3) Sí, a simple vista tanto el reinado de Salomón como el templo construido por él fueron la mejor época del pueblo de Dios, como para poder decir: ¡Qué tiempos aquellos!

Sin embargo «no todo lo que brilla es oro». Toda la opulencia de Salomón era solo una cubierta que ocultaba el lamentable estado de la nación de Israel. Dios había ordenado que el rey de Israel no debía acumular riquezas ni esposas y que sí debía copiar la Palabra de Dios para aprender a temer a Dios y cumplir su voluntad (Deuteronomio 17:17–20) Pero Salomón hizo todo lo contrario Escribió mucha literatura pero no copió la Biblia (Eclesiastés 1:16–2:17; 1 Reyes 4:29–34): «Cuando Salomón ya era anciano, sus mujeres hicieron que su corazón se desviara hacia otros dioses, pues no se había entregado por completo al Señor su Dios, como lo había hecho David, su padre.» (1 Reyes 11:4, DHH). Al final de su vida Salomón concluyó que todo por lo que se había afanado era tan solo vanidad (Eclesiastés 2:17). Ante los demás él era muy rico; pero de verdad solo era un pobre miserable. Todos nacemos pobres. Cristo es la única verdadera riqueza de todo cuanto existe. Gracias a sus méritos todos tenemos acceso a esa enorme riqueza. Pues él hizo todo lo necesario para salvarnos de ser miserables eternamente. Lo hizo al obedecer perfectamente la voluntad de Dios en lugar nuestro y al morir en la cruz pagando por nuestros pecados. Gracias a él somos coherederos de los bienes eternos. En gratitud vamos a querer apreciar las verdaderas riquezas y no dejarnos cegar por el brillo temporal de este mundo.

Oracion:

Señor Jesucristo, que por amor a nosotros te hiciste pobre, siendo rico, para que con tu pobreza seamos enriquecidos y coherederos de los bienes eternos. Conocerte es mi mayor riqueza pues soy salvo no por mis méritos ni buenas obras sino porque me declaras justo por tu gracia mediante la fe que el Espíritu Santo ha creado en mi corazón por el poder de tu evangelio. Gracias a ti he sido lavado y tengo vida nueva. Amén.

 

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Meditación - 2020 junio 21


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