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Meditación - 2020 febrero 07

Meditación - 2020 febrero 07

(Lectura de la Biblia en tres años: Josué 13:1–13, Lucas 8:4–15)

LA VEJEZ DE JOSUÉ

Cuando Josué era ya bastante anciano, el Señor le dijo: «Ya estás muy viejo, y todavía queda mucho territorio por conquistar».

—Josué 13:1

A medida que nos acercamos a la tercera edad nuestros organismos se hacen cada vez más frágiles. Es posible sentirse jóvenes pero el cuerpo ya no lo es. Por esto cuando ya somos ancianos no realizamos las cosas con igual eficacia que antes. Pero no en todos es así: tal es el caso de Josué y su compañero Caleb.

Caleb era contemporáneo de Josué. Tenía ochenta y cinco años cuando llegaron a la tierra prometida. Si Josué era mayor que Caleb, quizá tendría noventa años. Aunque ambos eran ancianos todavía estaban muy vigorosos. Tanto, que Caleb solicitó permiso de Josué para conquistar Hebrón, afirmando: «todavía mantengo la misma fortaleza que tenía el día en que Moisés me envió. Para la batalla tengo las mismas energías que tenía entonces». (Josué 14:11). No es fácil decir eso cuando tal batalla demanda vencer a los anaquitas que eran gente temible y de gran estatura (Números 13:33; Deuteronomio 9:2; Josué 15:13). Josué, Caleb y Moisés fueron muy fuertes en su tercera edad (Deuteronomio 34:7). Aún así, Moisés reconoció: «Algunos llegamos hasta los setenta años, quizás alcancemos hasta los ochenta, si las fuerzas nos acompañan. Tantos años de vida, sin embargo, sólo traen pesadas cargas y calamidades: pronto pasan, y con ellos pasamos nosotros.» (Salmo 90:10) Para una gran mayoría de los creyentes ser ancianos no será sinónimo de vigor, como lo fue en el caso del salmista que suplicó: «No me deseches en el tiempo de la vejez; cuando mi fuerza se acabe, no me desampares» (Salmo 71:9, RV95). En el texto de hoy, el Señor le recuerda a Josué que ya llegó a ser un anciano. No lo hace para desanimarlo. Por el contrario, su propósito es darle ánimo al anunciarle que es Dios quien da la victoria (vs. 6).

Dios no abandona a sus hijos que llegan a la ancianidad. El misionero y profesor Lawrence Retberg, padecía problemas circulatorios en sus piernas y no podía caminar por el intenso dolor que sentía, poco antes de jubilarse dijo: «Este dolor me recuerda continuamente que en el cielo “no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor” (Apocalipsis 21:4)». Nosotros merecíamos, no una vejez digna y tranquila, sino toda la ira de Dios. Pero Cristo, con sus méritos, nos salvó y dio la promesa de la dicha eterna. En gratitud vamos a querer apreciar nuestra vejez junto con todo lo que ella nos traiga (Romanos 8:28)

Oración:
Gracias, Señor, te doy por tu gran misericordia y por tu amor que no merezco, pues me salvaste y me atribuiste los méritos de Jesucristo. Te suplico que por tu medios de gracia me afirmes en la verdadera fe para la vida eterna. Amén.

 

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