
Meditación - 2020 enero 22
Meditación - 2020 enero 22
(Lectura de la Biblia en tres años: Deuteronomio 32:48–33:29, Lucas 5:27–32)
EL SEÑOR ES LA LUZ QUE NOS SALVA
El SEÑOR es mi luz y mi salvación;
¿a quién temeré?
El SEÑOR es el baluarte de mi vida;
¿quién podrá amedrentarme?
—Salmo 27:1
La luz natural es una señal que nos ilustra acerca de cómo es Dios. «Dios es luz» (1 Juan 1:5) y es fácil comprender que eso significa que en Dios no hay nada engañoso pues luz es claridad. Sin embargo más allá de esta ilustración hay otras verdades que conlleva conocer al Señor como luz. ¿En qué sentido Dios es la luz que nos salva?
Pablo nos dice que el anticristo será destruido por la luz de Cristo: «Entonces se manifestará ese malvado, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca y destruirá con el resplandor de su venida.» (2 Tesalonicenses 2:8, RVC) La palabra griega traducida «resplandor» en este pasaje es «epifáneia», la misma de la que viene nuestro término epifanía y que en otros pasajes se ha traducido «aparición» y «manifestación». Cristo, en su segunda epifanía se manifestará tal cual es. Su luz, es decir, su resplandor, es la luz de Dios: «¿Pero quién podrá soportar el tiempo de su venida? o ¿quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador» (Malaquías 3:2, RV95)
La luz de Dios no solo es iluminadora, también es nociva para la maldad, es un fuego consumidor (Hebreos 12:29). Isaías en una visión conoció la relación del fuego consumidor de Dios con la santidad cuando vio serafines (en hebreo, quemantes) que incesantemente proclaman que Dios es «Santo, Santo, Santo» (Isaías 6:1–7). Sí los servidores de Dios en el cielo son como llamas de fuego. La santidad de Dios no los daña, les da vida. Para nosotros, el poder estar ante la santidad divina solo es posible gracias a los méritos de Cristo que nos permitirán ser como Él es (Filipenses 3:21; 2 Pedro 1:4). En gratitud vamos a querer vivir en santidad cada día mientras esperamos su segunda epifanía.
Oración:
Misericordioso Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo: Te alabado y doy gracias por todas las bondades y conmiseraciones que has manifestado hacia mí. Acepta, te suplicamos, mi ofrenda de adoración, alabanza y acción de gracias. Dame tal comprensión de todas tus misericordias, que mi corazón sienta verdadera gratitud hacia Ti, y que glorifique tu santo nombre no solamente con mis labios sino también con mi vida. Te presento, Señor, mi cuerpo y alma, mi corazón y mente, talentos y facultades en gratitud a tu amor incondicional. Amén.
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