
Meditación - 2020 enero 07
Meditación - 2020 enero 07
(Lectura de la Biblia en tres años: Deuteronomio 21, Lucas 2:41–52)
¡QUE VIVA EL REY!
Que viva el rey por mil generaciones,
lo mismo que el sol y que la luna.
Que le paguen tributo los reyes de Tarsis
y de las costas remotas;
que los reyes de Sabá y de Seba
le traigan presentes.
Que ante él se inclinen todos los reyes;
¡que le sirvan todas las naciones!
—Salmo 72:5,10–11
En la ciudad de Jerusalén han gobernado muchos reyes. Según las tradiciones su primer rey pudo haber sido Sem, uno de los hijos de Noé. Melquisedec es uno de sus reyes más antiguos. Saúl, David y Salomón están entre sus reyes más conocidos. El imperio romano concedió a Herodes, el grande, gobernar sobre la provincia de Judea como rey en Jerusalén. Pero en ninguno de todos los reyes que tuvieron su trono en Jerusalén se cumplieron las palabras del texto de hoy.
Las palabras del Salmo 72 no se pueden aplicar literalmente a ningún rey de Israel pues todos ellos vivieron por algunos años y finalmente murieron. Ni siquiera su dinastía permaneció en el poder. Los reyes descendientes de David perdieron el trono al caer frente a Asiria, Babilonia, Persia, Grecia, y Roma. Sólo en Cristo se cumple pues Él gobierna hasta el fin de esta era y por toda la eternidad. Aunque Cristo murió, Él resucitó de entre los muertos y ahora vive para siempre. Sin embargo Cristo no gobernó ni gobernará desde Jerusalén. Pudo haber nacido en el palacio real en Jerusalén, pero eligió un establo en Belén. Él único trono que tuvo allí fue la cruz enclavada a las afueras de la ciudad. Cristo dijo que su reino no es de este mundo para que su pueblo ponga la mirada en la misma ciudad que Abraham esperaba: la Jerusalén celestial (Hebreos 11:10). Esa ciudad no es otra que Su iglesia, la verdadera ciudad eterna, que está conformada por los creyentes de todos los tiempos y lugares, entre los que también se encuentran los que militan actualmente aquí en la tierra hasta que él regrese. Entonces todo su pueblo (tanto del cielo como de la tierra) será reunido y vivirá con él para siempre, aunque ya hayan pasado el cielo y la tierra que conocemos. Solo por los méritos del Cordero de Dios somos parte de ese pueblo.
Oración:
Señor, gracias te doy porque, siendo yo un miserable pecador hijo del Adán caído y merecedor de todos los males, gracias a los méritos de Cristo puedo confesar que soy perdonado y declarado justo delante de Dios. En gratitud, quiero vivir en santidad. Pero sé que mi carne es débil y por eso te suplico me auxilies y no me dejes caer en tentación: Por tus medios de gracia, afírmame en la verdadera fe para la vida eterna. Amén.
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