
Meditación - 2020 agosto 28
Meditación - 2020 agosto 28
(Lectura de la Biblia en tres años: 1 Crónicas 7:20–40, Juan 17:5–10)
LA FE DE UNA MUJER CANANEA
Partiendo de allí, Jesús se retiró a la región de Tiro y Sidón. Una mujer cananea de las inmediaciones salió a su encuentro, gritando: —¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! Mi hija sufre terriblemente por estar endemoniada.
—Mateo 15:21–22
Jesucristo fue perfecto en sus afectos, enseñanzas y en todo lo que hizo. Mostró compasión y misericordia hacía los desvalidos y fue defensor de los oprimidos. Sin embargo en el relato de la meditación de hoy parece emplear un trato brusco hacia una mujer no judía ¿Es así?
Hace dos mil años atrás, al norte de la tierra de Israel, se encontraban en la costa del mar Mediterráneo las ciudades gentiles de Tiro y Sidón. La gente que vivía allí era descendiente de cananitas, un pueblo que los israelitas no exterminaron cuando ocuparon la tierra. La mayoría era muy incrédula e idólatra. Pero esta mujer era una excepción. Por sus palabras es claro que ella tenía fe viva, pues esa fe le movía a confesar públicamente, y sin temor, no solo que Jesucristo era el Hijo de David, es decir, el Mesías prometido, sino también a confesarlo como Señor. Que ella usó la palabra «Señor» no en el sentido cortés, sino en sentido sagrado, es claro porque lo hizo de rodillas al pedirle un milagro a Cristo.
Cuando el Señor le responde: «No fui enviado sino a las ovejas perdidas del pueblo de Israel» lo hace en referencia a su misión general e indica que si Cristo hubiera venido solo como el rey de los judíos no habría modo de ayudarla, pues: «No está bien quitarles el pan a los hijos y echárselo a los perros.» La palabra que Jesús usa no es la usual para perros. Más bien, es la que significa «perrito pequeño, perrito faldero». La mujer, que inmediatamente capta el sentido, confiesa agradecida que esos perritos comen las migajas de los hijos (que no solo caen accidentalmente, sino que los hijos las comparten con cariño con sus mascotas). La salvación es una bendición que fue prometida al pueblo de Israel. Pero nosotros, los gentiles, nos beneficiamos de ella gracias al amor incondicional de Dios. Como está escrito: «esperamos en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen.» (1 Timoteo 4:10)
Oracion:
Señor, confieso que por mi propia razón o elección no puedo creer en Jesucristo, mi Señor, ni acercarme a él. Sino que el Espíritu Santo me ha llamado mediante el evangelio, me ha iluminado con sus dones, me ha santificado y guardado en la fe verdadera. De la misma manera llama, congrega, ilumina y santifica a toda la iglesia cristiana en la tierra, y en Jesucristo la conserva en la verdadera fe. En esta iglesia cristiana diaria y completamente él me perdona a mí y a todos los creyentes todos los pecados. Y en el último día me resucitará a mí y a todos los muertos. Y nos dará vida eterna a mí y a todos los que creen en Cristo. Amén.
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