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Meditación - 2020 agosto 17

Meditación - 2020 agosto 17

(Lectura de la Biblia en tres años: 1 Crónicas 2:1–15, Juan 14:15–21)

ELÍAS EN HOREB, EL MONTE DE DIOS.

El Señor le ordenó [al profeta Elías]: —Sal y preséntate ante mí en la montaña, porque estoy a punto de pasar por allí. Como heraldo del Señor vino un viento recio, tan violento que partió las montañas e hizo añicos las rocas; pero el Señor no estaba en el viento. Al viento lo siguió un terremoto, pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. Tras el terremoto vino un fuego, pero el Señor tampoco estaba en el fuego.

—1 Reyes 19:11–12

«Elías era un hombre con debilidades como las nuestras. Con fervor oró que no lloviera, y no llovió sobre la tierra durante tres años y medio. Volvió a orar, y el cielo dio su lluvia y la tierra produjo sus frutos.» (Santiago 5:17–18). Después de haber desafiado a los profetas paganos para que demuestren que Baal era un verdadero dios y al no poder ellos lograrlo, Elías los degolló. En respuesta, la malvada reina Jezabel le mandó un mensajero con una amenaza de muerte. Elías creyó en la amenaza, sin percatarse que si Jezabel hubiera podido realmente causarle algún daño le habría enviado directamente un verdugo, no un mensajero.

Ante la amenaza Elías huyó. En el camino se sentó debajo de un árbol y pidió a Dios morir. Pero no era la voluntad de Dios que Elías muriera y esa petición no le fue concedida, pues más tarde Elías fue llevado vivo al cielo. Dios le mandó que vaya al monte Horeb (el Sinaí) donde Moisés había recibido las tablas de la ley. Allí, Elías vio tres grandiosas demostraciones de las fuerzas naturales: un viento poderoso, un terremoto y un fuego. Pero Dios no estaba en ninguna de ellas. La Biblia dice que «Dios es fuego consumidor» (Hebreos 12:29; Deuteronomio 4:24) y temerle es correcto. Pero también quiere que conozcamos que «El SEÑOR es clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor […] No nos trata conforme a nuestros pecados ni nos paga según nuestras maldades.» (Salmo 103:8, 10). Pero Dios es justo y no tolera el pecado. Por eso, para poder ejercer su misericordia en nosotros envió a Jesucristo como sustituto nuestro para que su perfecta obediencia a la voluntad de Dios nos sea atribuida gratuitamente y para que él reciba, en la cruz, el castigo que merecemos por nuestro pecado. En gratitud vamos a querer vivir consagrados a su servicio con la mente centrada en la misericordia divina, recordando que «no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan.» (2 Pedro 3:9).

Oracion:

Aunque merecemos tu justa ira y tu castigo, te pedimos, ¡oh Padre de misericordia!, que perdones nuestro pecado y nuestras muchas rebeliones. Defiéndenos de todo mal y peligro, en nuestro cuerpo y en nuestra alma. Líbranos de doctrinas falsas y perniciosas, y de guerra y derramamiento de sangre, de las tempestades y las sequías, de los incendios, de las epidemias, de la angustia del corazón y del desesperar de tu misericordia. En todo tiempo sé Tú nuestra ayuda eficaz. Amén.

 

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