
Meditación - 2020 abril 26
(Lectura de la Biblia en tres años: 1 Samuel 25:20–44, Lucas 21:7–14)
LA LUZ DE CRISTO
La luz es lo que hace que todo sea visible. Por eso se dice: «Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo.»
—Efesios 5:14
La luz tiene la maravillosa facultad de revelar lo que la oscuridad esconde. Jesucristo dijo que sus discípulos son la luz del mundo ¿Qué significa eso?
Significa que hay una oscuridad que debe ser alumbrada y que tenemos la misión de ser la luz de Cristo que resplandezca para iluminar con la verdad en el reino de la mentira. El mundo vive sumido en el engaño de Satanás llamando bueno a lo malo y malo a lo bueno. Aman la iniquidad pensando que están de lo mejor e imaginando que el muladar dónde viven es el más hermoso palacio. Sí, el pecado y la maldad que dominan en nuestro planeta no es otra cosa que el más inmundo basural que pudiera existir y es el diablo el autor de tan tremendo engaño. Es necesario pues iluminar tal oscuridad con la verdad divina, de tal manera que sea absolutamente claro que lo malo es malo y lo bueno es bueno. Por eso los creyentes no querrán nada que ver con las obras infructuosas de la carne, excepto para reprenderlas. Vamos a querer hacer eso no porque nos sintamos superiores o más santos que los demás, pues vivimos conscientes de que también somos pecadores. Por el contrario, nos mueve el amor al prójimo que busca lo mejor para él. Al igual que nuestro Señor, no queremos que se pierdan y sí que procedan al arrepentimiento. Tenernos interés en que su alma sea salva. Queremos hacer todo eso pues nos mueve la gratitud al Señor que dio su vida para salvarnos.
Oración:
Oh precioso Espíritu Santo, santifícame. Tú ves que mi corazón todavía está lleno de impureza, malas costumbres y pecados, y que desde allí proceden solamente pensamientos y palabras impías. Tú ves también que por tu gracia aborrezco desde mi corazón estas cosas. Lamento haberte entristecido y haber menospreciado tu advertencia. Me entrego a tu santa guía y gobierno, suplicándote que seas la vida de mi alma, la fortaleza de mi vida, el consuelo de mi corazón, la luz de mi entendimiento, el descanso y la firmeza de mi voluntad, el tesoro de mi memoria, el origen, el comienzo y el fin de mi nueva vida espiritual. Santifícame enteramente, para que mi espíritu, junto con mi alma y cuerpo, sean preservados sin mancha hasta el día de Jesucristo. Haz de mi corazón tu templo y mora en él; y de mis miembros instrumentos de justicia para que no peque voluntariamente. Haz que mi corazón sea un sacrificio vivo, aceptable a Dios. Fuego Sagrado, consume y expulsa de mi corazón toda lascivia y deseo de la carne, para que emplee también los poderes del cuerpo para tu gloria. Gobiérname, y guíame siempre en un camino recto, hasta que me conduzcas al cielo…
Meditación - 2020 abril 26
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