
Meditación - 2020 abril 09
Meditación - 2020 abril 09
(Lectura de la Biblia en tres años: 1 Samuel 14:1–23, Lucas 18:18–30)
¡CRISTO VIVE!
Después del sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro.
Sucedió que hubo un terremoto violento, porque un ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose al sepulcro, quitó la piedra y se sentó sobre ella.
—Mateo 28:1–2
En cierta ocasión los discípulos estaban reunidos en un lugar a puertas cerradas y Jesús resucitado apareció en medio de ellos. Si para Jesús resucitado una puerta cerrada no es ningún obstáculo ¿Por qué el ángel quitó la piedra que cerraba la tumba?
Cuando Jesucristo resucitó lo hizo con cuerpo glorificado. Ese cuerpo ya no está sujeto a las limitaciones que tenía antes de su crucifixión. No está limitado por el tiempo ni el espacio. El cuerpo resucitado de Cristo no necesita el poder de atravesar los muros pues como él mismo lo enseñó toda potestad le ha sido dada en el cielo y en la tierra. Con esa potestad Cristo está corporalmente presente en todo lugar al mismo tiempo, pero ahora permanece velado a nuestra vista. La Biblia enseña que en el futuro «todo ojo lo verá» (Efesios 4:10; Apocalipsis 1:7). Por tanto, el ángel no movió la piedra para que Jesucristo salga de la tumba. Lo hizo para que las mujeres que fueron al sepulcro puedan constatar que él había resucitado. Ellas fueron testigos del terremoto que hubo cuando el ángel descendió, retiró la piedra y se sentó sobre ella. Los guardias, que también fueron testigos de lo mismo, huyeron aterrorizados. Para las mujeres la tumba abierta fue una gran y gozosa noticia. Para los otros fue algo terrorífico.
Hoy, esa tumba, permanece abierta causando esos dos diferentes efectos. Para unos el mensaje del evangelio es un olor de vida mientras que para otros es olor de muerte (2 Corintios 2:14–17). Cristo vive y eso es buena y mala noticia a la vez. Para quienes se encuentran angustiados y afligidos por causa de sus pecados lamentando haber pecado contra Dios, Cristo es el salvador que con sus méritos les ha conseguido la salvación. Pero para quienes están confiados en sus propios méritos creyendo que con sus buenas obras son capaces de agradar a Dios, Cristo es el juez que sentenciará: «Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!» (Mateo 7:21–23).
Oración:
Aunque merecemos tu justa ira y tu castigo, te pedimos, ¡oh Padre de misericordia!, que perdones nuestro pecado y nuestras muchas rebeliones. Defiéndenos de todo mal y peligro, en nuestro cuerpo y en nuestra alma. Líbranos de doctrinas falsas y perniciosas, y de guerra y derramamiento de sangre, de las tempestades y las sequías, de los incendios, de las epidemias, de la angustia del corazón y del desesperar de tu misericordia. En todo tiempo sé Tú nuestra ayuda eficaz. Amén.
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