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Meditación - 2019 septiembre 27

Meditación - 2019 septiembre 27

(Lectura de la Biblia en tres años: Levítico 18, Marcos 2:1–5)

LA CASTIDAD CRISTIANA FRENTE A LA FORNICACIÓN PAGANA

No imitarán ustedes las costumbres de Egipto, donde antes habitaban, ni tampoco las de Canaán, adonde los llevo. No se conducirán según sus estatutos, sino que pondrán en práctica mis preceptos y observarán atentamente mis leyes. Yo soy el SEÑOR su Dios. Observen mis estatutos y mis preceptos, pues todo el que los practique vivirá por ellos. Yo soy el SEÑOR.

—Levítico 18:3–5

Vivimos una época caracterizada por la procacidad sexual y por perversiones de todo tipo y clase que condena los valores cristianos al punto de defender como bueno a lo malo y castigar como malo a lo bueno, tal como sucedió en Egipto y Canaán en tiempos de Moisés. Tanto ahora como entonces, Dios condenó tales prácticas y mandó a su pueblo no participar de ello (Isaías 5:20; Proverbios 17:15)

Los israelitas, al morar entre paganos, quedaban expuestos a la tentación externa de querer imitar la fornicación desvergonzada que los paganos practicaban como parte de su espiritualidad y religión. Además, siendo hijos de Adán, la tentación interna de la carne podía aflorar en cualquier momento al mínimo descuido desde su propio corazón (Mateo 15:19).

Levítico 17 enuncia detalladamente aquellas prácticas que se constituyen en pecado de fornicación y que los israelitas deberían detestar y no practicar. Los siguientes capítulos especifican otras aberraciones que el Señor detesta y condena y que atentan contra el propósito de las relaciones íntimas que solo pertenecen a la institución del matrimonio creada por Dios mismo. Con estas palabras y las de los mandamientos que dicen: «No cometas adulterio» y «No codicies la esposa de tu prójimo» (Deuteronomio 5:18,21) el Señor protege el don del matrimonio. Dios quiere que su pueblo tenga en alta estima este don de modo que aborrezcan todo lo que atenta contra el mismo. Por esto los creyentes en Cristo ven el noviazgo como el compromiso definitivo para casarse con quien será su cónyuge y no como un período para que la pareja reconsidere la promesa mutua. Ningún cristiano o cristiana querrá jamás romper una promesa que haya hecho (Efesios 4:25) especialmente la promesa de unirse con otra persona para toda la vida, porque esta promesa implica los sentimientos más profundos y la vida entera de la otra persona. Romper esta promesa no solo es pecado en sí mismo, sino que seguramente también hará desdichada la vida de la otra persona, lo que también es pecado. Ya que Cristo como nuestro sustituto nos redimió de la ira que merecemos, en gratitud vamos a querer apreciar el don del matrimonio.

Oración:
Señor, concédenos temer y amar a Dios, de modo que, entre los casados, el esposo y la esposa se amen y honren mutuamente. Y que todos vivamos casta y decentemente en palabras y obras. Amén.

 

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