
Meditación - 2019 septiembre 18
Meditación - 2019 septiembre 18
(Lectura de la Biblia en tres años: Levítico 12:1–13:20, Mateo 27:62–66)
LEER, MEDITAR, Y MEMORIZAR LA PALABRA DE DIOS
En mi corazón atesoro tus dichos para no pecar contra ti.
¡Bendito seas, Señor! ¡Enséñame tus decretos! […] Me regocijo en el camino de tus estatutos más que en todas las riquezas. En tus preceptos medito, y pongo mis ojos en tus sendas. En tus decretos hallo mi deleite, y jamás olvidaré tu palabra.
—Salmo119:11–12,14–16
¿Tiene usted cada día un intenso anhelo por conocer y aprender la Palabra de Dios? ¿Por qué?
Jesús enseñó: «Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre. […] El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final.» (Juan 6:51,54). Entendiéndolo literalmente muchos dejaron de seguirle. Pero Jesús no hablaba de comer sus huesos, venas, etcétera. Más tarde él explicó a sus discípulos: «El Espíritu da vida; la carne no vale para nada. Las palabras que les he hablado son espíritu y son vida». (Juan 6:63). De esa manera reafirmó la enseñanza bíblica de que la Palabra de Dios es el alimento espiritual que da vida al alma (Deuteronomio 8:3; 1 Corintios 10:3,4). Conocer esto es de suma importancia para la vida de los creyentes, puesto que en el alma se libra una gran batalla entre la nueva y la vieja criatura (1 Pedro 2:11).
Nuestro viejo Adán, continuamente y hasta nuestra muerte, se rebela contra Dios y su voluntad, incluso cuando nuestra nueva criatura quiere vivir de acuerdo a la voluntad divina (Romanos 7:17). Cada vez que nos esforzamos por cumplir la ley el pecado nos vence y la desobedecemos más todavía (Romanos 7:21–24) ¿Cómo podemos salir de tal desastre? Nadie puede lograrlo con su propio esfuerzo. Por eso necesitamos el auxilio divino. Ese auxilio es el poderoso evangelio. Dios nos alimenta y afirma en la verdadera fe mediante el evangelio. Esa fe manifiesta gratitud en fruto de arrepentimiento: el querer y el hacer la voluntad de Dios (Filipenses 2:13,16). Pero nuestro viejo Adán contamina nuestro anhelo de hacer lo bueno y por eso el bien que hacemos es imperfecto. Con la dura palabra de la ley nuestro viejo Adán es debilitado. Con el dulce evangelio nuestro espíritu es fortalecido. Necesitamos alimentarnos con la Palabra de Dios: primero con la ley, que golpea a nuestra carne, y después con el evangelio. Puesto que no hemos apreciado perfectamente la Palabra de Dios merecemos toda su ira. Pero Cristo obedeció perfectamente en lugar nuestro y sufrió el castigo que merecemos por descuidar la Palabra. En gratitud vamos a querer aprenderla, estudiarla, meditarla y memorizarla.
Oración:
Señor, afírmame en la verdadera fe mediante tus medios de gracia para que, en gratitud, pueda temer y amar a Dios, de modo que no desprecie su palabra ni la prédica de ella; sino que la considere santa, la oiga y aprenda de buena voluntad. Amén.
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