
Meditación - 2019 agosto 31
Meditación - 2019 agosto 31
(Lectura de la Biblia en tres años: Éxodo 39:1–31, Mateo 26:1–5)
UN SALMO PARA RECORDAR
Yo soy pobre y estoy necesitado;
¡ven pronto a mí, oh Dios!
Tú eres mi socorro y mi libertador;
¡no te demores, Señor!
—Salmo 70:5
¿Qué es ser un hijo de Dios y heredero del cielo? ¿Será poder vivir aquí en opulencia presumiendo ante los incrédulos ser los dueños de las bendiciones del cielo? Hay quienes piensan así de la vida cristiana. ¿Lo aprueba la Biblia?
La Palabra de Dios nos enseña: «Del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella, el mundo y cuantos lo habitan» (Salmo 24:1). También enseña que los creyentes somos coherederos junto con Jesucristo y que somos reyes y sacerdotes. Sin embargo nos advierte contra el jactarnos de ello y contra el enseñorearnos sobre los demás (1 Corintios 4:7; 5:6; Romanos 9:16; Mateo 20:25-28). Lastimosamente a nuestra carne le es difícil recordar que polvo somos y al polvo retornaremos. Por esa razón muchas veces vamos a necesitar aprender por experiencia que «Al orgullo le sigue la destrucción; a la altanería, el fracaso.». La más común expresión de orgullo es el llamado orgullo pecaminoso, que nos impele a querer merecer nuestra salvación. Este orgullo no admite que nuestra condición delante de Dios es calamitosa. En el texto de la meditación de hoy el salmista reconoce su triste condición y así acude al socorro divino.
Aunque la Nueva Versión Internacional llama a este salmo «una petición», el término hebreo «lejazquir» traducido «una petición» significa literalmente «para recordar» tal como lo vierte la versión Reina-Valera. Es posible que David haya dado ese título a este salmo precisamente para recordar que aunque él era rey, era también un simple mortal necesitado del auxilio divino. En otro salmo escribió: «Alaba, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él perdona todos tus pecados y sana todas tus dolencias; él rescata tu vida del sepulcro y te cubre de amor y compasión; él colma de bienes tu vida y te rejuvenece como a las águilas. (Salmo 103:2-5). Realmente no merecemos ninguna de las bendiciones que Dios nos otorga. Todo cuanto él nos da lo hace por causa de los méritos de Jesucristo. Él tuvo que obedecer perfectamente la ley de Dios y padecer toda la ira que nosotros merecemos para que podamos disfrutar la bondad de Dios. En gratitud a él vamos a querer obrar no por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad considerando a los demás como superiores a nosotros mismos.
Oración:
Señor suplico por los méritos de tu Hijo que perdones mi soberbia y altanería. Por tus medios de gracia concédeme ser afirmado en la fe pues quiero ser humilde de tal modo que no dañe a mi prójimo y así pueda velar por su bien. Amén.
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